lunes, 25 de julio de 2011

El tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos. 

Mi dios, Nai. No tenes idea de lo nostálgica que me puso leer tu post. Y Nana, vos no sabes lo que me hizo reir el tuyo. 
Los quiero muchísimo. A cada uno de una forma diferente, cada uno significa algo diferente. Así que, bueno, voy a hacerle caso a la señorita Dem, retrotraerme a las viejas épocas, y dejarles alguna historia. 


Ella dice "Beautiful"

Escribía en clave autobiográfica, siempre poniendo algo de sí en cada cuento. Jugaba a pasarme las hojas por debajo de los bancos del colegio, me invitaba a descifrar su caligrafía retorcida, y a encontrar, en cada metáfora, un dejo escondido de su misma esencia.  Todavía debo guardar en alguna parte las páginas arrancadas de algún cuaderno, escritas en una cursiva que avergonzaría a cualquier estudiante de primaria, y salpicadas con manchones oscuros; que imposibilitan la lectura de algunas palabras.

Su escritura era ilegible, y por lo mismo, fascinante. No seguía ningún hilo conductor, sus cuadernos no contaban historias, ni relataban anécdotas, y, a veces, ni siquiera describían escenas enteras. Estaban compuestos por una inmensidad de frases, que parecían puestas al tuntún, pero en algún momento, lentamente,  empezaban a cobrar sentido. Entonces la lectura se tornaba febril. El ritmo de las oraciones aumentaba, la sangre se agolpaba en mis oídos, dejándome incapacitada para hacer otra cosa que no fuera seguir leyendo, el texto parecía llevarme a algo, arrastrarme con él a un entendimiento más allá de toda sensación. Pero jamás alcanzaba ese conocimiento. Justo en el momento en el que me hallaba a una palabra de distancia de la comprensión más absoluta, una mancha de tinta, un borrón incomprensible, o hasta un agujero en el medio del papel, interrumpían el texto. 

A veces pienso que era intencional. Ella era una ilusionista de las palabras, toda una experta en el arte de revelarlas, de torcer su sentido para modificar su significado para siempre, y también de esconderlas con morisquetas desprolijas, si era necesario.  Las envolvía, las movía de lugar, se rodeaba con ellas para protegerse de las inclemencias del clima y del mundo. Las engañaba, se las ponía de sombrero, y salía a la calle vestida de ellas, a contarles mentiras a los transeúntes.
Era una mentirosa excepcional. 

...

Bue, perdón por mandarme con algo TAN cualquiera, pero era lo único que tenía a mano. No es nada nuevo, tampoco. Alguien que estuvo husmeando en mi computadora posiblemente ya lo tiene leído. Y no es nada... no sé, salió en un momento, boludeando. Basta. Me despido. 
Chau, los quiero. 

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